MUERTE UNIVERSITARIA
- fabianjesusvidal
- 28 ago 2019
- 2 Min. de lectura

Si hoy muriera, me sentiría pleno, satisfecho, conforme. No porque haya alcanzado grandes cosas, sino porque he descubierto que la vida no se trata de alcances. Y así he podido vivir. Que triste aquella humanidad cuyo valor coloca en el alcance y no en vivir la existencia humana. Quizá muchos de los cuales quieren para el día de su muerte haber acumulado tanto, ya hayan muerto antes de comenzar. Zombies, fantasmas o ángeles caídos, cabrían pues, dentro de muchísimos títulos, tal como caen sus vidas en el negocio de la muerte. Inertes, insolemnes, moribundos. Sobrevivientes. Denotan su putrefacción en todas sus praxis, ritos, costumbres, comportamientos; no está excluida de tal desintegración lo que presume ser y significar una Universidad. Su materialidad funcional supone un espacio de aprendizaje que en realidad lo que produce es la muerte. ¿Está viva la universidad? Sobrevivencia, esa palabra adecuadamente universitaria —trasversalmente universal— que caracteriza a un estudiante de tal institución: La destrucción del placer por el conocimiento, el secuestro del amor por el saber: la muerte de la «phylos»«sophia», la reivindicación por el alcance, el título, el trabajo, la paga, el prestigio, pero no el deleite de lo aprendido, experimentado, descubierto. El saber no es unívocamente indivisible al poder, el saber es también amor, y el amor más esencial no se constituye desde la relaciones de poder, es fundamentalmente desapropiación, desinterés, destitución. Un mundo de amor devolvería a las almas capitalistas que estudian en la universidad el deseo indemne del aprendizaje como fuente de vida y no de sobrevivencia utilitaria. Utópica también podría ser está reflexión, pues no todos pueden vivir para vivir. Hace falta un soporte, un aval. Nadie vuelva un avión sin cinturón de seguridad, mucho menos si no sabe hacía donde esta específicamente viajando. ¿Pero no vale la pena morir en vez de morir sobreviviendo?. Las universidades no crean sabios, crean zombies; peor aún es lo que hacen con ellos: los adiestran de tal manera que dan a luz al dolor como a un hijo amado, transfiguran sus ojos por unos en los que logren visualizar la vida desde la aprobación-reprobación-alcance-meta-felicidad. La Universidad no es el lugar para ir por las ideas, sino la ubicación correcta para enterrarlas. Porque en última instancia, la Universidad no es universitaria. No se crea allí dentro nada, se «cree» más bien todo aquello que salga por la santísima boca de un docente. Es posible que lo único que interfiera con nuestro aprendizaje sea nuestra educación. Que horror aquella evaluación de notas cuyo valor se fundamenta en el autodisciplinamiento, pero la cierta y cruda realidad es que la sabiduría no es producto de lo universitario sino de los viajes que hacemos en la vida. Que horrible aquel trabajo moribundo de profesores dedicados a evaluar, cuando como alguna vez dijo un grande: «El arte supremo de un maestro es despertar el placer de la expresión creativa y el conocimiento». «El educado difiere del no educado tanto como el que vive difiere del muerto.» —Aristóteles.
Por Fabian J. Castañeda Vidal
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