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DESIGUALDAD E INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Actualizado: 6 nov 2022



Pareciera de alguna manera que el mundo de hoy está en camino hacia esa polémica cosa que, desde tiempos inmemoriales ha liberado batallas y sangrientas guerras por doquier, esto es, la igualdad. Cuestión que hoy por hoy, reclama su condición de ser en muchas partes del mundo, y en especial en nuestro país, y que reposa además su esperanza -gran parte- en la globalización y las nuevas tecnologías. No obstante, aunque la globalización y las nuevas tecnologías pareciesen disminuir las distancias entre países, a su vez amenazan con agrandar la brecha entre clases, pudiendo dividir la humanidad en distintas castas biológicas. Según sugieren los expertos, la solución está en la regulación de los datos, frente a ello saltan algunas preguntas, quizá las más importantes de la era: ¿Son de mi pertenencia los datos de mi ADN, mi cerebro y mi vida? ¿pertenecen al gobierno? ¿a una empresa? ¿al colectivo humano?

La igualdad es tan antigua como su discusión, se remonta a la Edad de Piedra, hace 30.000 años. Mientras algunas bandas cazadoras-recolectoras enterraban a algunos de sus miembros en sofisticadas tumbas llenas de marfil, brazaletes, joyas y objetos de arte, otros tenían que conformarse con un simple agujero en el suelo. Aunque en este tiempo muy pocas personas tenían propiedades, la sociedad se jerarquizaba según quien tenía más tierras.


En la época moderna, tras la revolución agrícola, se multiplicaron las propiedades, y con ello, la desigualdad. Sin embargo, la tierra fue subsumida por las fábricas y las máquinas: quien las poseía tenía en su mano el control sobre la fuerza de trabajo llevada a cabo por las masas. Así surgieron distintas sociedades jerárquicas que, organizadas en pequeñas elites, acumularon sus riquezas de generación en generación, hasta los días de hoy.


Sin embargo, a finales de la era moderna, la igualdad se convirtió en una ideología visceral, especialmente por el auge del comunismo y el liberalismo. Pero también se debió a la revolución industrial, la cual hizo que las masas fueran importantes como nunca lo habían sido. Los gobiernos comenzaron a invertir en salud, educación y bienestar de las masas, dado que entendieron la fuerza de ellas para la estabilización de una economía industrial, así como también para la lucha militar.


Desde un punto de vista, nuestra sociedad es mucho más igualitaria que la sociedad de ayer en términos de salud, educación y bienestar, con todas las pifias de por medio. Sin embargo, la desigualdad creciente, a costa de la lucha de clases, tiene un rostro horripilante, actualmente, las 100 personas más ricas poseen más en su conjunto que los 4.000 millones de personas más pobres del mundo.

Por otra parte, diversos analistas vienen afirmando que el auge de la inteligencia artificial podría eliminar por completo el valor económico y político de la humanidad. A su vez, las mejoras en la biotecnología y la inteligencia artificial podrían resultar en la división de la humanidad en distintas castas biológicas, ¿Cómo es esto posible? Generalmente los ricos no utilizan su dinero para satisfacer sus necesidades, sino para otros fines. Pero con la inminente llegada de este nuevo mundo, se crearán nuevas necesidades que cubrir. Los ricos, por primera vez tendrán algo en lo que gastar su dinero; al comprar la vida, pagarán tratamientos para alargar sus años y mejorar sus capacidades físicas e intelectuales, creando una división que resultará en distintas castas biológicas. Por mucho tiempo los ricos se han sentido superiores a los pobres en cuanto a aspectos físicos y mentales, y han creído que por eso tienen el control. Sin embargo, sabemos que el empresario medio no es más dotado que un obrero. Aun así, este nuevo mundo amenaza realmente con una discriminación biológica, un mundo en donde de manera concreta los ricos podrían estar más dotados, ser más creativos e inteligentes. Una vez que comience está brecha, será imposible detenerla. Durante esta nueva era, el 1% de la población mundial no solo concentrará el mayor porcentaje de riqueza, sino también de belleza, creatividad, inteligencia y salud.

La bioingeniería, junto a la inteligencia artificial, podrían crear, por ende, una separación entre superhumanos y subhumanos. Los gobiernos, al darse cuenta de que las masas ya no son imprescindibles, podrían dejar de invertir en salud, educación y bienestar. Así, el bienestar del futuro podría depender de la buena voluntad de una pequeña élite. Nuestra globalización, podría convertirse en una desglobalización, pues la casta superior podría congregarse dentro de una autoproclamada civilización y construir muros y fosos que la separaran de las hordas de "barbaros".


Si queremos evitar la concentración de las riquezas en una pequeña élite, debemos controlar los datos. Antiguamente, las riquezas se concentraban en las tierras; en la edad moderna, en las fábricas y máquinas; pero en el siglo XXI, son los datos quienes eclipsarán la tierra, las fábricas y las maquinas; son los datos quienes controlaran las riquezas de toda la humanidad, como han influenciado hasta el momento desde en inclinaciones comerciales hasta elecciones presidenciales.


La carrera por poseer los datos ya ha comenzado. Empresas como Google y Facebook trabajan dándonos servicios e información gratuita, al mismo tiempo que captan nuestra atención y luego la revenden a anunciantes claves. Sin embargo, está lógica de mercado va más allá de vender publicidad. Empresas como Facebook o Google generan más riquezas por los datos que acumulan sobre nosotros que por los anuncios que pueden vender. Al captar nuestra atención nos hacen, no sus clientes, sino sus productos. El usuario de Facebook es la nueva fuerza de trabajo, aún más inalienable que la del siglo pasado.


Al darle nuestros datos a estas empresas, ellas no solo sabrán como pensamos, sino que podrían tomar decisiones por nosotros, generando el monopolio de los datos. Analistas como Yuval Noa Harari afirman que este nuevo fenómeno destruirá por completo el mundo publicitario: si quiero comprarme un auto, los anuncios ya no serán necesarios, Google sabrá tanto sobre mis intereses, posturas ideológicas o estados emocionales que podrá tomar la mejor decisión por mí, volviendo inútil el mercado publicitario que hace posible la existencia subvencionada de Facebook, Google y otras tecnologías de información. Prescindir de estas tecnologías será cada vez más difícil, porque mediante ellas surgirá un nuevo mundo, atravesando la educación, la salud y la economía, como se puede esbozar hasta el momento, por ejemplo, mediante el Metaverso de Mark Zuckerberg.


Lo peor de este escenario es que ya a medio camino, todavía no existen neuro derechos que, por ejemplo, nacionalicen o protejan los datos sobre nuestro cerebro que nuevas empresas como Emotiv, que vende gorros con electrodos de uso personal por apenas 300 dólares (los cuales, son capaces de medir nuestro nivel de concentración, emoción, pensamiento y mucho más) incluso pagan para tener el aparato encendido durante 20 minutos, procesando y almacenando libremente nuestros datos. A los humanos nos costará mucho resistirnos a este proceso. Actualmente, la gente está fascinada con revelar sus bienes (datos personales) a cambio de servicios gratuitos de redes sociales. Es como las tribus africanas y americanas nativas que sin darse cuenta vendieron países enteros a los imperialistas europeos a cambio de cuentas de colores y abalorios baratos; es como cuando el personaje bíblico, Esaú, vendió su primogenitura a cambio de un plato de lentejas.


El cómo regulamos la propiedad de los datos, es quizá la pregunta más importante de nuestra era, y de esta gran discusión, dependerá el futuro de la humanidad próxima.



Fabian J. Castañeda Vidal

 
 
 

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