LA IDENTIDAD
- fabianjesusvidal
- 20 abr 2020
- 4 Min. de lectura

Se puede pensar a la identidad desde distintos dispositivos culturales, y lo cierto es qué por cada uno de ellos, habrá una definición diferente, es por eso que en vez de definir que es la identidad de un modo específico, yo prefiero desidentificarla de sus definiciones dominantes para dejarla entonces susceptible a toda polisemidad, esto es, abierta a ser entendida desde los distintos ángulos posibles que son únicamente posibles porque en efecto, es el humano mismo en su naturaleza, una posibilidad pura. La identidad es antetodo un lenguaje, y luego, es lo que sea, pero generalmente hablar de identidad es bastante conflictivo, ya que como como dijo alguna vez Baudrillard, la identidad es de aquellos conceptos fatales, es decir, aquellos indefinibles, inasibles, impenetrables, insoportables, que escapan a los intentos de quien pretende analizarlos, pues se niegan a descomponerse; se burlan de quien aspira a sintetizarlos, porque evaden la posibilidad de unificación; y que una y otra vez asaltan, se entrometen, atraviesan e impregnan la labor de investigación. Pero la razón por la que quiero asomar la inquietud escrita sobre la identidad, es porque al mismo tiempo lo que estoy haciendo acá, aunque confuso, es liberador para el lector.
Recordé hace poco, entre los muchos dichos populares, uno no tanto, aunque si en ciertos sectores unificados los cuales prefiero no señalar: que el padre es quien implanta la identidad en el hijo, y la madre quien la cultiva. Reflexionemos un poco sobre esta afirmación. Pero antes de eso, hagamos una metarreflexión: ¿De qué hablamos cuando hablamos de comprender la identidad? Quizá y esta pregunta sea más importante que la pregunta por la afirmación, ya qué no solamente existen diferentes formas de comprender, sino también existen diferentes maneras de lenguajear aquello que comprendemos a tal posibilidad de convertirlo o no en una frase popular. Viene a mi mente en este momento un gran terapeuta que estuve releyendo hace poco, Carlos E. Sluzki, quien me llevo a recuperar la atención por la sabiduría etimológica que se puede extraer de una palabra, a saber, la cartografía y la etimología es entre otras muchas, objeto de afición de Carlos. En un momento escrito, el autor reflexiona sobre la etimología de la palabra "comprender" analizando el hecho de que “comprender” deriva de dos vocablos latinos, cum o com, un prefijo colectivo por excelencia, que expresa la relación de dos o más personas en compañía o reunión (piénsese en con-fluir, con-versar, con-sentir, con-cordar, com-binar) y prendere, coger o aprehender. Así, para su sorpresa, el autor descubrió que la raíz de este vocablo clave, usado por cientos de años en nuestra lengua, posee una base conceptual que resuena con la cibernética de segundo orden (perdón x los que no son de pisco): “comprender” realza la naturaleza consensual (más que la naturaleza “meta”) del proceso de aprehensión de la realidad: este proceso requiere acuerdo, requiere al otro, requiere consenso. Planteado lo dicho, la pregunta ¿Qué es comprender? podría sustituirse por ¿Se puede crear un acuerdo?, y es qué, en realidad, una [com]prensión, es siempre un acuerdo en el lenguaje; y un acuerdo en el lenguaje, es siempre un acuerdo en al interior de los significados que, al mismo tiempo, construyen las palabras, ¿sospechoso no? Esta visión constructivista de analizar la realidad supone la desintegración de lo mal creído así “objetivo”, pero al mismo tiempo, superpone el respeto por quienes de algún modo se encuentran atrapados en estos laberintos de significados. Ahora viene lo cruel para el lector que confió en la organización narrativa de un par de letras que se combinarón por mano mía y escribierón en el titulo “La identidad” y además comenzaron con una pregunta y frase popular por la misma, ya qué supongo yo, que interesado en el tema, transito usted buscando en este texto, al menos una respuesta o análisis de la frase dicha. Alargemos la tensión un poco más. Abordar la identidad desde el paradigma constructivista, no es sinónimo de encontrar una respuesta o definición de la misma, sino de recuperar su carácter problemática, de cuestionarla: ¿Qué somos? ¿Cuál es nuestra esencia? ¿Qué es eso que se repite todo el tiempo? Preguntas del ser que nos resultan insoportables, y que por la misma razón, delimitamos la angustia de estar siendo todo el tiempo, esto es, construyendo todo el tiempo una identidad que no tiene como propósito la meta, sino el viaje mismo de construirla; si alguna afirmación podemos hacer desde acá, es qué los discursos hegemónicos que pretenden hablar de nuestra identidad como fin ultimo son un remedio que es a la vez veneno; nos calma pero también nos adormece. Según Adamovsky, la identidad no puede ser considerada como una unidad que podemos clasificar ya que carece de una sustancia firme que nos permita estar seguros de qué estamos hablando. La identidad entonces es virtual, “una imagen sobre lo que decimos de nosotros mismos y lo que nos llega de otros.”
La identidad es un relato de nosotros mismos. Pero no solo se trata de narrar nuestra historia, sino de recortarla: como una toma de veinte horas de grabación que se convierte en un trailer de cinco minutos; puntializamos en una basta secuencia de hechos, diferentes puntos que utilizamos para acentuar nuestras narrativas preferidas, construimos en el lenguaje, lo que construimos después en el cuerpo, y expulsamos, al mismo tiempo toda una serie de racionamientos a posteriori que vienen a hacer de nuestra elección narrativa, una elección oficial, natualizada y mágicamente normal: una obra de ingieneria, o de arte; y así, quizá la identidad no sea más que eso: un acuerdo, un lenguaje, un arte.
Por: Fabian J. Castañeda Vidal
Comments