disposición de las sillas más allá de un formato litúrgico
- fabianjesusvidal
- 5 may 2019
- 3 Min. de lectura

Sí, la imagen es irónica.
Tanto en los soldados como en lo sacerdotal (jaja).
Es curioso que recientemente, desde mis mecanismos primarios más primitivos —sublimando obvio— (jaja), quise introducir en mi Facebook una pregunta que parecía de alguna forma inofensiva para el público. Tan inofensiva, que las respuestas sobre el “¿Por qué los asientos de las iglesias no están organizados de forma circular en el tiempo litúrgico?” eran del tipo formal: “…porque Roma…” “…porque el helenismo…” “…porque la tradición…, algunas menos formales “…porqué así no nos distraemos…”, otras más creativas “…porqué así miramos adelante la presencia de Dios…” y otras un poquito asentadas en el humor (jaja) “…porque a los músicos le gusta que los miren…” (interesante, me reí), pero en todo caso, sucede que cuando uno pregunta sobre arte, te responden con matemáticas, siempre es así, pero tampoco es malo, y en definitiva, no es culpa de nadie, sin embargo, la aseveración era necesaria.
Pero bueno, a lo que vinimos.
Declaro a priori que no pretendo hacer un análisis minucioso respecto al tema, porque pienso honestamente que este es de aquellos que no “cuantifican” sino que “cualifican” y aunque uno pudiese dar cuenta de detalles más específicos la resistencia sería la misma y el análisis nunca sería plausible a no ser por el desarrollo de pensamiento que cada quien tenga en proceso.
Una Breve Reflexión:
La disposición de las sillas orientadas en el espacio de un templo no sólo hace referencia a una "forma" de hacer iglesia, sino que comprometen todo un paradigma mediante el cual "funcionamos" y nos comportamos.
El hecho de que nos agrupemos en columnas mirando hacia adelante para escuchar a alguien, ya supone una motivación eclesiástica que no está abierta al diálogo y que lo único que tiene para ofrecernos es un monólogo posible, del cual muchas veces ni siquiera estamos de acuerdo, pero la disposición de esas sillas tampoco nos permite reflexionar en voz alta o aportar en caso del acuerdo; nuestras voces son opacadas en cualquiera sea el caso.
El hecho de que adelante exista un orador, y todos estén sentados hacia atrás, demuestra que el único que importa es el que está adelante, ya que él tiene un poder/"saber" y el resto no. Es paradójico, porque, aunque no estoy de acuerdo con imitar un formato literalmente bíblico de iglesia, recuerdo a Pablo hablar abiertamente a los Corintios sobre si alguno quería irrumpir en la conversación podía hacerlo en sus turnos (entiéndase turno como el mero respeto de esperar que alguien termine una oración); digámoslo de otra forma, Pablo habló de que una forma de reunirnos era a través del diálogo y que todos podíamos contribuir.
El problema de estos paradigmas autocentricos, más allá de ser romanos, helénicos o no ser bíblicos, es qué condicionan nuestra forma de pensar. No alcanzaría aquí a expresar todo lo que yo he podido observar en cuanto a estos efectos, pero me limitaré a mencionar que el adoctrinamiento, el dogmatismo, el miedo a pensar, la parálisis frente a tomar decisiones, la normalización, la culpa, las falsas ideas, y el comportamiento de no aportar nunca fuera del templo, en ninguna conversación; como un comportamiento que se normaliza pasivamente y que se extrapola a todas nuestras áreas de acción, son algunos de los desafortunados efectos que está "tradición" -en la cual nos justificamos- trae. Ni hablar de cómo nuestra emocionalidad es configurada y condicionada por esta estructura.
Necesitamos volver a crear una teología de la liberación como la que aconteció ya olvidada en los años 70. Una teología que nos libere de no ser parte de ella, y que nos integre a un cuerpo real, en donde todos tenemos "salmo, palabra, poesía, música, letra, pensamiento, fuerza, opinión, poder..." No debe partir desde los templos, debe partir desde el facebook, el Instagram, la ropa que vestimos, la música que escuchamos, lo que hablamos, lo que sentimos, lo que pensamos, lo que hacemos, el arte que tenemos; desde nuestra escritura, desde nuestras capacidades, desde todos nuestros púlpitos subyagados...
"La fe no es un monólogo, es un diálogo".
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