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JESUS Y EL VIENTO


Hoy volví a re-leer algunos textos en donde Jesús es el protagonista, específicamente en el libro de Juan. Me saltaron algunas preguntas como siempre, pero a la misma vez, como nunca. ¿De donde viene el viento? ¿Hacia dónde va?. Para quien conoce una impresión, comprenderá lo impresionante de esta pregunta. Nunca he conocido a alguien que pueda contestar tal cosa. El origen y el destino son probablemente los dos temas de los cuales subvertimos todo el sentido común de nuestras vidas; nuestras dudas, reflexiones y creatividades nacen de ahí; podríamos decir que la vida se juega en la oscilación entre una ciudad separada de otra: un origen y un destino. ¿Pero dónde está el puente?. Nunca vi a alguien responder tal cosa. Saber por dónde caminar no es cosa fácil, quizá sea cosa simple, pero siempre difícil. Excepto para Jesús. Cuando el habla, me incomoda. Permanezco intranquilo ante sus palabras, muchas veces angustiado. El parece seguro, determinado, [in]amvibalente, como si conociera el camino de todos los cerros que alguna vez escaló en Jerusalen; como si supiese la ubicación de todos los refugios bajo las cuevas del imperio romano; como si sabiese de los atajos para atravesar una ciudad. Me angustia. Porque yo improviso. Desconfío, calculo, no puedo simplemente caminar sin antes haber caminado ambivalentemente. El sabe donde conseguir abrigo, alimento, fuerza. El dice cosas como “yo soy el camino” mientras yo avanzo un paso para estudiar tres. Que difícil es saber dónde ir. Cuando miro a Jesús, pienso en un espejo, su imagen es tan fuerte para mí que introyecta la dirección de mi mirada y no puedo no verme a mí mismo sin verlo antes a él. Muchas de las cosas que soy, no las hubiese asimilado sin saber antes quien es el. Es imposible. La imagen de Jesús es una experiencia muy fuerte. Mas fuerte que una representación. Se controlan las representaciones mentales, se objetan, se deforman, se construyen y deconstruyen. Pero el escapa de mi creatividad, el no es como yo. Si quisiera antropomorfizarlo ya no podría. Porque ya miré el espejo, e introyecté la mirada.


En el versículo ocho del capitulo tres del libro de Juan Jesús dice estas palabras: “El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va.” No quiero saber que dicen los libros, no me interesa la interpretación exegética, esta vez yo no quiero saber lo que el texto dice en griego o lo que Jesus dijo en arameo, porque cuando el lo dijo, yo supe.


Causas ocultas y efectos ambivalentes. El que nace del espíritu no sabe lo que subyace a los propósitos de Dios, pero sabe de sus obras. En definitiva no sabe, vive. ¿Estudio Jesús los atajos del Golgota? ¿Estudió su plan de sacrificio? ¿Plan?. La metáfora de Jesús es como un puente que une dos caminos de comprensión. El saber y lo sabido. El primero es controlable. Se puede torcer, imaginar y reconstruir mil veces. Constituye los mapas de los cuales las personas afirman sus pasos para transitar el mundo. Supone la farmacologización frente al miedo de vivir, lo que alguna vez Kierkegaard llamo el vértigo de la libertad. Pero el segundo constituye un destino a la luz de un origen. Lo sabido, es lo no-cognoscible. No es inteligible. No se controla. Pero no es falible, como el primero, ni perfectible, sus propiedades no se asemejan en ninguna manera a la naturaleza de lo entendido. Es como el viento. No se puede atrapar. Es inasible: se captura el viento con el puño y se escapa entre los dedos, como el arena, el agua, el sol. Jesus intento atrapar el viento muchas veces. Un día lo hizo en una colina, otras veces lo hizo conversando con sus discípulos que dormían, otras veces lo hizo con sus ojos llenos de lagrimas. Los textos bíblicos hablan de una sabiduría que viene de Dios. Sin duda es un saber sabido, que no captura, vive, y después, reflexiona profundamente. No es que no pueda producir conocimiento; conoce exahustivamente, razona rigurosamente, pero no es inerte, como el esquema del mundo, es dinámico, tan fuerte como la fortaleza de sus efectos, tan profundo como las dudas de su intrascendencia. Es inmanente, esta dentro de sí, no se halla fuera, no esta en los libros, está en el espíritu. Es por eso, que el que nace del espíritu, nace a un saber-sabido. Cuando Dios despierta tu espíritu, y nazca entonces la novedad, todos pensaran que "sabes", mientras tu estarás ocupado únicamente en tres cosas: [1] de vivir, [2] de transitar un camino angosto, [3] y de amar.


Fabian J. Castañeda Vidal.

 
 
 

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