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INSIGHT DE 01:02 DE LA MAÑANA


Un tiempo quise escribir siempre. Y otro tiempo, quise escribir cuando quise escribir. A veces escribió el teclado; otras, el cuerpo; otras, la racionalidad; otras, los sentimientos; otras, el diccionario. A veces supe quien escribía; otras, supe quien leería. Nunca supe como comenzó, pero siempre supe que estaba a punto de comenzar. Un amigo me dijo un día, que no sabía lo que le pasaba; otro amigo me dijo en un momento, que podría escribir un libro sobre su propia vida. Pensé por un momento que no existía ya más el in-dividuo; la división del humano está siempre presente, pero al mismo tiempo se oculta en sus intentos por unificarse en la palabra. Pensé ahora mismo en que quizá escribir me ayuda a unificarme. Pero también pienso luego, en qué el reconocerme en el acto de autonarrarme constituye una narrativa que disuelve: ¿Dónde está la historicidad del humano? Un hombre va a contar su experiencia, no su vida, sino una de sus muchas y diferentes vidas. Así lo dijo Borges. Quizá contar sea mucho; me gusta el acto del decir. Sobretodo porque el decir no supone necesariamente comunicar algo. A veces el que dice, no dice nunca nada. ¿Pero por qué entonces, es más importante el decir que el comunicar? Muchos días me dije todo lo que nunca supe. Supe entonces, en el acto mismo del lenguaje, que hablar las palabras constituía un saber ¿Se puede hablar, de lo sabido? Conocí entonces, el idioma del saber. Es potencia pura. Pero nunca se sabe de qué. Su ejecución es tierna como la poesía, y confusa como los escritos que se publican desde el cuerpo. Provoca la erosión del interlocutor, pero nunca explota como para volverse evidente. Como sea estalla la conexión. Implota, como un estallido que susurra su éxodo. La implosión del idioma de lo sabido es la destrucción de todo lenguaje. Nunca se dice, porque no se entiende. Se sabe, porque siempre se habla. Su energía es prerracional, como el motor del viento entre las montañas. No se entiende, el viento, se siente; como el chocolate caliente de una noche entre siete libros; como el sonido de la lluvia en una tarde color gris. Cuando se escribe no se piensa, se vomita, como vomitan las nubes el charco de agua bajo las estrellas; como un texto escrito a las 01:02 de la madrugada.


Por: Fabian J. Castañeda Vidal

 
 
 

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