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Etiopatogenia actualizada de trastornos mentales

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En la última década, la neurociencia ha demostrado que los límites entre los trastornos mentales no son tan rígidos como se pensaba. Una investigación reciente publicada en revistas de impacto mundial como ScienDirect y PubMed, demostró que distintos diagnósticos psiquiátricos comparten una base genética común. Esta evidencia cuestiona la visión tradicional de los trastornos como entidades completamente separadas y abren la puerta a enfoques clínicos más integradores.


Lo que revela la genética


El equipo de investigación utilizó la técnica Massively Parallel Reporter Assay (MPRA) para mapear cómo ciertas variantes genéticas influyen en la regulación de genes en regiones cerebrales claves para la emoción y la cognición. Los resultados son contundentes: genes asociados a depresión, esquizofrenia, TDAH y autismo muestran patrones regulatorios que se superponen en gran medida.


En términos prácticos, esto significa que los síntomas no "pertenecen" en exclusiva a un trastorno, sino que emergen de redes biológicas comunes. La anhedonia, la impulsividad o las dificultades atencionales pueden tener un origen compartido, aunque luego se expresen de formas distintas según la persona y su historia.


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El puente con la psicoterapia


Para los psicólogos clínicos, esta evidencia tiene implicancias profundas. Si los diagnósticos comparten raíces biológicas, el desafío terapéutico no se trata de "corregir" un trastorno específico, sino trabajar sobre los procesos nucleares que atraviesan múltiples cuadros: regulación emocional, construcción de identidad (autodirección, autodefinición), flexibilidad cognitiva y capacidad de agencia.


En la práctica clínica tradicional, los manuales diagnósticos como el CIE-10 o el DSM-IV han clasificado los trastornos mentales desde un enfoque categórico. Esto significa que cada diagnóstico se entiende como una entidad independiente con límites relativamente definidos: una persona cumple los criterios para depresión mayor o no los cumple; tiene esquizofrenia o no la tiene; una persona puede recibir diagnostico biopolar por chequear listado de 3 simples criterios. Este modelo binario facilitó la estandarización diagnóstica y la comunicación entre profesionales, pero dejó de lado una realidad evidente: los síntomas suelen presentarse en diferentes grados de intensidad, con solapamientos significativos y con expresiones clínicas que no encajan perfectamente en una sola categoría.


Con la llegada del CIE-11, la Organización Mundial de la Salud propuso un cambio de paradigma hacia un enfoque dimensional. Este modelo reconoce que los síntomas psicológicos y conductuales no son compartimentos estancos, sino que se distribuyen en continuos. En vez de subtipos rígidos de esquizofrenia, por ejemplo, ahora se evalúan dimensiones como síntomas positivos, negativos, desorganización, afectividad o deterioro cognitivo. Lo mismo ocurre con los trastornos de personalidad, que ya no se describen como “tipos” cerrados (límite, antisocial, narcisista), sino como grados de severidad (leve, moderado, grave) y con rasgos dominantes que varían en cada individuo.


Este cambio responde a la necesidad de explicar mejor la complejidad clínica y biológica de los trastornos mentales. La investigación genética y neurocientífica, incluida la publicada recientemente en Cell, ha demostrado que muchas condiciones comparten bases comunes, más que límites estrictos. Así, el enfoque dimensional reduce la llamada comorbilidad artificial: en vez de acumular diagnósticos distintos, se comprende que un mismo paciente puede manifestar múltiples síntomas en diferentes intensidades dentro de un espectro compartido.


Implicancias clínicas


Desde un enfoque psicoterapeutico integrativo, considerando estos hallazgos, los psicoterapeutas podemos considerar algunos lineamientos prácticos:

  • Evaluación: priorizar dimensiones transdiagnósticas (ej. regulación emocional, estilos de apego, flexibilidad cognitiva) en lugar de buscar "remitir" categorías rígidas.

  • Intervención: trabajar sobre narrativas centrales que organizan la experiencia del paciente, favoreciendo mayor coherencia y sentido.

  • Prevención: comprender la vulnerabilidad compartida permite diseñar programas de prevención más amplios que reduzcan riesgo de psicopatología en general.

  • Integración: vincular los hallazgos de neurociencia y neurobiología con la construcción subjetiva de la identidad: ni biología sin narrativa, ni narrativa sin biología.


Un futuro integrador


La investigación genética actual y la psicoterapia integrativa comparten un mismo horizonte: entender el sufrimiento humano como resultado de múltiples niveles de interacción —biológico, psicológico y social— que no pueden abordarse de forma aislada. La integración de estas perspectivas no sólo mejora la eficacia clínica, sino que también abre la puerta a una psicología más humana y centrada en la experiencia única de cada persona, aperturando las posibilidad de tratamientos y curas futuras, con esperanza en la investigación e intervención clínica.


Por: Fabian J. Castañeda Vidal

 
 
 

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