DIOS Y LA ACADEMIA: UNA HISTORIA DE AMOR
- fabianjesusvidal
- 15 ago 2019
- 5 Min. de lectura

Por muchos siglos, la educación y la religión han estado ligadas. Digo religión, porque supongo que los lectores no-cristianos que estén leyendo este texto, se sentirán mucho más cómodos entendiendo una palabra coloquial, a pesar de que ustedes, compas cristianos, saben que no me refiero a la religión de ninguna manera. Pero vamos allá.
Los colegios y universidades de mayor prestigio y relevancia a nivel mundial surgieron a partir de iniciativas inspiradas por textos bíblicos y motivaciones de líderes religiosos. Tal es el caso de Harvard y Yale, universidades de la Ivy League de Estados Unidos, las cuales fueron fundadas por pastores protestantes (si usted se siente más cómodo entendiéndolo así: “evangélicos”; aunque claramente, no eran evangélicos). Estos pastores o líderes religiosos tenían una cuestión en mente: esforzarse por mantener las costumbres de la educación liberal de Europa en el Nuevo Mundo. Sin ánimo de hacer un recorrido sistemático con la identificación del resto de universidades cristianas (que me tardaría un buen libro hacerlo), me delimitare simplemente a mencionar algunas: en Colombia los jesuitas fundaron la Universidad Javeriana; los dominicos la Universidad del Rosario; y la creación de la Universidad de la Sabana fue promovida por miembros de la orden Opus Dei. No solo se crearon universidades cristianas, sino que las primeras universidades en el mundo fueron cristianas, como por ejemplo las de Polonia; y cuando digo esto, para la ignorancia de muchos, me gustaría aclarar un punto: No solamente fueron creadas por cristianos, sino con principios cristianos, para fines cristianos, y desde una inspiración, fundamento y cosmovisión cristiana teorica-biblica. Le apuesto a que cuando usted entro a estudiar a la universidad nadie le enseño esto. ¿Por qué? Queda para otro tema… como otros miles, como cuando Colon conquisto América leyendo la biblia en el profeta Isaías y haciendo mención en su único libro que escribió de qué según él, fue Dios mismo, quien lo envió y revelo tal “misión”; o la creación de la carrera de enfermería, creada por una mujer que tuvo un sueño donde Dios le hablaba y le pedía que construyera tal cosa y así fue; o la creación de la psicología social a través de hombres devotos como Gustavo Gutiérrez que oraba fervientemente por una Latinoamérica emancipada de las fuerzas políticas socioculturales que le asedian, impactando con su teología de la liberación... Las historias son miles, pero la ignorancia, multiplicada en millones. Ni hablar de cuantos teólogos han influido en el mundo de la filosofía, como San Agustín, reconocido por la academia como uno de los genios más grandes de la humanidad, Tomas de Aquino como el padre de toda la escuela escolástica, o Soren Kierkegaard, padre del existencialismo; o en las ciencias mismas como Erwin Schrödinger, físico austriaco, ganador de un nobel por desarrollar su ecuación sobre la mecánica cuántica, Louis Pasteur, quimico francés pionero de la microbiologìa moderna y descubridor de la vacuna contra la rabia, o el tan mencionado y famoso Nicolas Tesla, ingeniero y físico creador de la energía eléctrica; o uno de los científicos más importantes del mundo en la actualidad: Francis Collins, creador del genoma humano. Ufff. Son miles. Pero para que seguir… no es precisamente este el tema al que quiero llegar sino otro; pero intentaré acotarlo después de esta pesada introducción.
Como estudiante de ya bastantes años, he visto un gran mito en circulación que se presenta entre las ideas de quienes se consideran así mismos estudiantes; el mito puede sistematizarse de la siguiente manera: [1] los cristianos son a menudo ignorantes [2] no se exponen a información que les diferencie porque les presupone una amenaza [3] creen en mitos lejanos al mundo real [4] la gente educada no es cristiana [5] la religión paso de moda [6] la iglesia es una fuente de caos, delitos y anormalidades como lo representa la televisión. Quedémonos al menos con estos seis puntos, aunque podríamos sin dudar seguir hasta largos números más.
Mi interés aquí no está en elaborar elegantes razonamientos apologéticos a favor de la religión o algo por el estilo. En lugar de eso quiero hacer aquí algo diferente. Hablar —como decían los griegos— desde el corazón. ¿Por qué es importante hablar desde el corazón cuando se habla de la academia? Quizá la respuesta se encuentre allí mismo en donde puntualizábamos al comienzo: en el origen. El comienzo de la academia no pone el acento en la razón, sino en el corazón. Sin duda el termino corazón no es un concepto exacto, me gustaría poder utilizar otras palabras, pero quiero que todos entendamos que en el fondo, lo que se intento hacer desde un comienzo, se intento hacer desde el cuerpo, desde lo que conmueve nuestras emociones y sentimientos más profundos; desde lo que habíamos encontrado que era nuestro sentido y razón de vida, de existir… de morir… y por tanto de ser-en-el-mundo, como postularon muchos filósofos, por cierto, como Heidegger. Como esta parte pretende poner el corazón, me voy a permitir una autorreferencia para terminar este texto: he tenido suerte en mis estudios. Suena vago decirlo así, pero quisiera introducir también algo más: he tenido la oportunidad de decidir aquella suerte. A menudo muchos me han consultado que hago para que me vaya tan bien. Y me he dado cuenta de la angustia que me supone inventar una respuesta. Las justificaciones son miles, la gente las necesita. Pero los tips siempre quedan cortos. Si abro el corazón, y voy fuera, hay amor. La academia me apasiona, porque me apasiona el corazón de Dios por la humanidad, me impacta, no quedo intranquilo frente a su voz, sus hechos, sus intervenciones; es trascendente, pero también es íntimo, cercano, inmanente. Cuando pienso en la academia, pienso en Dios, y en como el creo todas las cosas simplemente para maravillarnos, dejarnos ese gran espacio lúdico que no ocupa simplemente un lugar “entre” la vida, sino la vida misma. Si la vida es deleite, asombro y diversidad multiversica, se puede hacer entonces de la vida una investigación, y transformar la lupa en una herramienta de amor, de asombro, y en ese proceso mismo: en una mano que soluciona, que apoya, que interviene, y si puede: que soluciona problemas sociales, científicos, económicos, etcétera. Tengo una respuesta frente a lo académico. Existen dos caminos, no más: el primero, es el de la acumulación. Existe aquel académico que hace de la academia un fin de acumulaciones autocentricas; se atesora el poder, la estima, el éxito, se incrementa el ego, las oportunidades y la autosuperación. El segundo camino, es el camino de quien ha encontrado en la academia un sentido originario de la vida, y aunque mis amigos no me consideran en absoluto dogmático, me tendrán que perdonar con decir aquí lo siguiente: el segundo camino no existe por fuera de Dios, quien transita por él, a de primero encontrarse experimentalmente con Dios, para luego conectar con el verdadero sentido de la academia. ¿Verdadero sentido de la academia? Yo no acostumbro a hablar así, a no ser, por tener convicciones profundamente claras… Pero además, tiene este individuo que compartir estas premisas, de lo contrario los fundamentos de sus edificios caerán. Quien transita así, por este segundo camino, encuentra en la academia un espacio lúdico, de eterno gozo, fuente inagotable de sabiduría, juego, hospitalidad, consciencia y humanidad. Aquel individuo no acumula para si nada de lo que busca, porque sabe que aquello que busca, es aquello que todos también necesitan, aunque este totalmente equivocado. El amor y el sentido de maravillarse a de ser entonces para el académico sus dos grandes herramientas. Sin embargo, la redirección de las raíces originarias le permiten conectar con la verdad, concepto que en el mundo actual, ni siquiera ya existe. De manera que un cristiano en la academia no es un ignorante en la biblioteca, sino un apasionado amante del universo mismo, y por lo tanto, a veces, un genio.
Fabian J. Castañeda Vidal
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