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DEL PROPOSITO DE UN JUEGO

Actualizado: 3 sept 2020


Los juegos están llenos de propósitos. Se busca en el juego el objetivo de derrotar al oponente, obtener el mayor puntaje, pasar una etapa o desafío especifico con éxito. Los adultos juegan juegos todo el tiempo. Buscan la meta. Los niños, en cambio, juegan. La filosofía oriental a menudo distingue entre estos dos conceptos, no es lo mismo jugar que acceder a un juego. El niño que juega, juega suficientemente. No necesita, vive. Los adultos perdieron esta capacidad, es chistoso el recordar las inmemorables veces que los niños piden a sus padres que les compren ciertos objetos que a sus ojos parecen inútiles. De hecho, responden los padres: ¿para qué quieres que te compre eso? no te sirve de nada. Los adultos no entienden la fantasía. Piensan en el para qué, porque no saben jugar. Piensan que el niño necesita el juego, pero la fantasía infantil de jugar es autosuficiente. No necesita una meta, no necesita un deseo, la verdad es qué el niño no necesita nada. Los adultos necesitan explicaciones. El jugar no tiene una razón, esta vaciado de utilidad.


Muchos permanecen en la vida por el camino del deseo. Permanecen ininterrumpidamente. La vida no tiene espacio allí. Ni el jugar. Es un juego del futuro. El adulto se concentra permanentemente en una búsqueda, porque ha perdido la vida. Lo cierto es qué no se puede permanecer en un lugar especifico con una meta, porque ya no se permanece. Físicamente parecerá que uno está, pero en realidad, quien permanece en la meta, permanece fuera de la realidad. El presente subvierte todo deseo, porque el presente no se anhela. Es revolucionario, y de ahí que nadie quiera habitarlo. El adulto vive en el futuro. Me gusta el cristianismo, porque no es una búsqueda, es una realización. No es una meta, es una vida. Pero muchos la desidentifican de su valor. Para la mayoría, el cristianismo está inspirado en metas, la meta de una perfección, la meta de un propósito trascendental. Pero la verdad es qué la vida no puede tener un propósito, porque la vida misma es el propósito, y Dios mismo es la vida. Quien se desvie en la ilusión de que en la vida existe otro propósito por encontrar, entonces estará en un retroceso infinito, y ese propósito tendrá otro propósito, y otro propósito, y otro propósito. En el mundo deseas poder, dinero, prestigio, y después te cansas de todo. Incluso si obtienes pierdes, y si no obtienes pierdes de igual forma. Y de repente comienzas a darte cuenta que todo era una gran tontería. Es ahí cuando comienzas a jugar otros juegos: Iluminación, Yoga, “El otro mundo”, “la otra fuente”. Otra vez la mente te engaña abriéndote un mundo de deseos. En el cristianismo, ni siquiera el llevar frutos es una meta, porque el fruto es consecuencia de la vida, y donde hay vida, hay fruto. No se necesita trabajar para vivir. Quizá lo sabía ya Jesús, cuando dijo que para entrar en el reino de los cielos había que ser como niños. Quizá lo sabía ya Dios, que este mundo estaba perdido en un deseo infinito que inocula el estar aquí. Y entonces, nos envió a Jesús, no para ir al cielo, sino para dejar de ir. No para estar en otro lugar, sino para estar aquí. ¿Cual es la vida plena? conocerle a él. Porque conocerle a el, es conocer la vida... en abundancia, en profundiad, en conciencia, en amor.


Por: Fabian J. Castañeda Vidal

 
 
 

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