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Del acto de besar



Que difícil que es el primer beso. O, mas que difícil, que situación que pone en jaque todo el sistema de consensos. Debería haber un acuerdo previo, pero el contrato le quita al beso toda la emoción puesta en juego en la totalidad de sus variables: riesgo, imprevisibilidad, adivinanza, intuición. Un acuerdo tácito no es un acuerdo, falta la palabra. La palabra performativa que sella la decisión mutua. Pero, al mismo tiempo, la palabra desintegra la mitología del beso que es beso, pero que también es todo un acontecimiento que ni empieza ni termina en el movimiento muscular de una lengua o en el intercambio de fluidos salivares. El beso no es beso. Es el beso y sus circunstancias. Son las circunstancias las que hacen al beso. El beso es un emergente de una serie de circunstancias que delinean su erupción. El beso es una erupción, la manifestación de un acontecimiento. Todo lo que importa del beso no es el beso. Por eso, si hay contrato del beso, no hay beso; pero si no hay contrato, todo es contingente. Y puede no haber beso. Es que en realidad nunca hay beso. O mejor dicho, todo beso siempre es abierto, indefinido, en movimiento, creativo. El beso nunca cierra. Es la constatación de un resto que resguarda la otredad. Los labios dejan siempre una hendija, un aire, un llamado a la pesquisa, a la confrontación. Como siempre hay algo abierto, hay compulsa, labios que se buscan en una contra batalla. No puede ganar nadie en el beso. Es retiro, encuentro tangencial. Labios que se prueban en una distancia nunca transgredida. ¿Distancia justa? ¿Hay justicia en el beso? Demasiadas variables que podrían resolverse con un contrato de mutuo acuerdo. ¿Se resuelve, el beso?


Sacado de: Filosofía en once frases por Darío Sztajnszrajber, (p. 139,140).

 
 
 

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